Los pecados capitales son una ingeniería psicológica muy sofisticada. En su origen parece que fueron una especie de perfil de enrolamiento para formar parte de la Iglesia Católica, su sanción fue obra de Gregorio VII. Se trata de una lista de defectos de la que nadie puede escapar. Si hubiera que sentenciar a quienes hayamos tenido alguna vez pereza, envidia, gula, ira, vanidad, la lujuria y/o mentido no queda nadie.Pero no es exactamente caprichosa o arbitraria.

El filósofo mexicano Alejandro Tomasini Bassos en un libro excelente llamado justamente “pecados capitales” destaca la sapiencia de Gregorio y sus asesores al elegir estas cualidades como parte de lo que se espera que un aspirante a cristiano tenga como perfil en su currículum. El asunto desde luego no era “bochar” de la iglesia a quienes hayan caído en esas conductas, dijimos que en tal caso sería nada menos que la última cohorte de sacerdotes; la cuestión era que ninguna de esas “malas costumbres” sean su forma de vida: ni un glotón ante la hambruna, ni un avaro que preda austeridad, o un lujurioso que priorice los placeres carnales, y así. Tengamos en cuenta que entrar a la iglesia era muy deseable. Un verdadero ascenso social y ser sacerdote era un puesto de prestigio espiritual y material, en aquellos tiempos tan lejanos.

La potencia de la lista es que no deja de ser un catálogo que todavía consideramos vigente. Se vea desde donde se vea, hay un consenso popular en que es malo ser holgazán, lujurioso, glotón envidioso, iracundo o vanidoso. Recuerdo que mi abuela le reprochaba a nuestro cachorro el ser un “que perro ocioso” que sólo sabía “andar echado”.En el exacto mismo sentido, un prestigioso agrónomo, tucumano como el obispo Colombres, me solía decir con cariño que no camine con las manos en los bolsillos, “eso es señal de vago”.

Saquemos entonces las manos de los bolsillos y trabajemos un poco la vagancia misma. Hay un nudo conceptual en esa palabra, “vago”, que es una de las tantas joyas del español. La polisemia es desde luego entre perezoso e impreciso, Si uno le atribuye “vagueness” a un perro generará una terrible incertidumbre. En suma, en otros idiomas puede uno ser perezoso o impreciso, pero en el nuestro tenemos una promo: ser ambas cosas con una sola palabra: vago. Esto genera economía y vaguedad.

En Tucumán, además - y esto es decidor- la palabra “vago” no solo describe al perezoso o al impreciso, sino que también es una forma coloquial de referirse a cualquier persona.. Así, todos somos “vagos” entre nosotros, independientemente de si trabajamos mucho o poco o si somos o no precisos.Un pueblo que designa a cualquiera, sin ninguna nota peyorativa, como “el (o la) vago (vaga) es un tema antropológico, donde “el vago no es vago” tiene perfecto sentido. Pero no dejemos de reflexionar sobre un aspecto en el que no caben dudas de que somos muy pero muy vagos. .

Nos movemos entre compromisos elásticos y planes flotantes. Manejamos la incertidumbre con maestría, y eso nos hace verdaderos artistas de la vida cotidiana. Le escapamos al ‘sí’y al ‘no’ rotundo. Preferimos el ‘capaz’, el ‘vemos’, el ‘quizás’. El tucumano es un maestro de la vaguedad, un equilibrista en la cuerda floja de las certezas. “Ya voy”, “llegando” dicho por un tucumano o tucumana son mensajes que exasperarían al propio Gilgamesh el inmortal . Pregunten en los teatros locales que muchas veces dicen “la función comenzará cuando dice que va a comenzar”. ¡Cuántas veces nos hemos encontrado con otros comprovincianos en el hall de entrada de las funciones porteñas enfadados porque no nos dejaron entrar si llegamos “apenas tarde”, o sea en medio de la obra! En el rubro de la construcción, hablando de obras, los arquitectos tucumanos rivalizan con los constructores de la pirámide de Keops para hacer un cielorraso de durlock.

Un estudio sociológico que mide el grado de sincronización cultural en diversas sociedades, basado en cómo responden a preguntas sobre el tiempo, se llevó a cabo en las grandes capitales del mundo. Los habitantes de Tokio (un grupo de 500 personas de distintas edades y zonas) responden al “¿Qué hora es?” con mucha exactitud:. El 95% de los participantes contesta la misma hora con una diferencia de menos de 15 minutos La sincronización es altísima; la cultura de la puntualidad y el entorno tecnológico influyen profundamente.

Lamentablemente no se hizo en nuestra provincia, pero podemos arriesgar que las respuestas estarían adornadas con “ponele” “por ahí” “cuando salí de mi casa era tal hora “ o la pícara “la misma hora que ayer nada más que hoy”. Eso sí: sin dudas que las respuestas se harán más precisas a medida que se acerque el fin de semana, ahí se sincronizan los vagos. Un poco.